13 ene 2011

Sentido y Misión de la Teología

Escrito por: Felipe Rincón Vásquez, Th. M.

En el contexto de las iglesias locales la palabra teología parece venir de otro mundo diferente al quehacer eclesiástico y que no incide en el desenvolvimiento de la obra de las mismas. El teólogo es visto con indiferencia y hasta negado como un ente necesario en la Iglesia. Pero se hace necesario que empecemos a cambiar esta percepción que tanto daño ha hecho a la exposición doctrinal de Iglesia y a su debido diálogo con las demás ciencias que interactúan en la sociedad. Es el teólogo el que tiene como función el oír, atender y entender, inteligir, interpretar, sistematizar, exponer y obedecer lo que Dios dice de sí mismo y del ser humano mediante acciones y palabras en la historia.

El teólogo cristiano no habla directamente de Dios, desde sus propias convicciones o deseos, sino a partir de la revelación que aquel hace de sí, tal como fue recogida por los testigos de los momentos fundacionales, fue trasmitida en la tradición y quedó sedimentada en los escritos que la Iglesia consideró normativos y que forman el Nuevo Testamento. La teología es ciencia, arte y disciplina que partiendo de la revelación divina, expone la razón de ser del mundo y su relación con el creador. El teólogo cristiano habla desde Dios mismo ante todo; y luego sobre Dios en relación con el humano. A diferencia de las filosofías, en teología Dios no es tratado en cuanto principio cosmológico, sino en cuanto ser divino y principio soteriológico. Dios, así comprendido, es el objeto de la teología y solo desde ahí habla ella. Pero desde él y en relación con él habla de todo los temas.
Estas son las dos dimensiones que van a constituir la teología: el dinamismo humano como búsqueda y pregunta por la realidad, por la existencia personal y por el futuro del ser humano, a la vez que la atención a lo que le puede advenir desde fuera, en la sorprendente novedad de una historia ante la que solo puede estar en espera y esperanza. Para la filosofía el ser humano es un buscador de Dios, mientras que, para la experiencia religiosa y sobremanera de la Biblia, el hombre es aquel que ha sido llamado y encontrado, identificado y enviado por Dios.
Dios se ha manifestado y como cristianos debemos reconocer sus huellas, revelándose y dándosenos en nuestra historia. Por ello, el creyente necesita pensar; y el teólogo, en el acto mismo de pensar la fe, tiene que construir aquella filosofía a la que le impulsan los presupuestos y acompañamientos de las categorías bíblicas de creación, alianza, revelación, encarnación, santificación, consumación, en las que están implicados Dios y el humano. Por ello el primer deber del teólogo es auscultar la condición humana, en sus dimensiones trascendentales a la vez que en percepción histórica que las personas de cada generación tienen de si mismas y de su capacidad radical para descubrir a Dios, adivinar qué actitudes la despliegan o frenan, qué ayudas culturales le serían las más favorables y cuáles por el contrario las que pervierten esos dinamismos. El teólogo tiene que ser inexorablemente un intérprete, exegeta del humano, del humano en concreto. Sin embargo, su misión más específica es discernir las huellas de Dios en la historia, viendo qué ecos encuentran en nuestras conciencias, oír, y acoger su palabra, sumergirse en ella, responderla y desde ella comprender, en la medida de lo posible, a ese Dios, a lo humanos y a la misma historia. Todo ello para proponer el fin supremo y tarea última del ser humano, su salvación.

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