24 feb 2011

CREEMOS QUE JESUS ES DIOS

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Tomado de «El Dios de Jesus» y publicado por Felipe Rincón Vásquez

La fe en la divinidad de Jesús es precisamente la que nos ha llevado a querer conocer más profundamente su humanidad. Si Jesús no fuera Dios, no pasaría de ser un personaje histórico respetable, pero nada más. Pero el hecho de que aquel hombre extraordinario esté hoy vivo, resucitado y resucitándonos, es algo que nos toca en lo más íntimo de nuestro ser y nos llena de esperanzas. ¡Aquel íntimo de Dios es el mismo Dios hecho hombre! Esta verdad llenó de gozo a las primeras comunidades cristianas, gozo que hemos de tener también todos sus seguidores. 


1. COMO VEN LAS PRIMERAS COMUNIDADES A JESÚS RESUCITADO
La resurrección de Cristo ocupa el centro de la fe, del testimonio y de la reflexión de los primeros cristianos. El recuerdo de la vida y de la doctrina de Jesús, fielmente conservado por los discípulos a la luz de la fe pascual, impulsa a las primeras comunidades a profundizar en el misterio de su persona. Pero, como si fuera una luz deslumbrante, impide comprender de un solo golpe de vista la profundidad de este misterio. Poco a poco recorren un camino de continuos descubrimientos.

A semejanza de María, conservan todos su recuerdos en el corazón (Lc 2,51), los meditan y los interpretan. Así va creciendo progresivamente su fe pascual. Seguramente la celebración de la Cena del Señor, memorial y repetición de un acontecimiento celosamente guardado, que actualizaba la presencia de Jesús, suscitaría expresiones de alabanza, de bendición, de acción de gracias. De este modo la oración se convertía en momento privilegiado para profesiones de fe cada vez más significativas.

Como un canto que se inicia suavemente y poco a poco se convierte en un coro grandioso, la reflexión sobre Jesús se va ensanchando desde la primera comunidad de Jerusalén hasta todas las comunidades que se van formando y celebran la Cena: Antioquía, Éfeso, Corinto, Roma... Desde respuestas tímidas y llenas de dudas van pasando a confesiones de fe cada vez más claras.

En este camino, que se va descubriendo progresivamente, las comunidades cuentan con el tesoro de las Escrituras, el Antiguo Testamento, que son releídas e interpretadas a la luz del acontecimiento absolutamente nuevo del Resucitado. El se convierte en la clave de lectura del Antiguo Testamento. Todos los grandes acontecimientos de la experiencia religiosa de Israel aparecen orientados hacia Jesús.

Jesús es visto cada vez con más fuerza como "el esperado" de Israel, "el Cristo", a quien Dios ha confirmado y lo ha exaltado "a su derecha".

Con imágenes sacadas de la Biblia tratan de comunicar las ricas experiencias vividas junto a Jesús. Pero no hay imagen que logre expresar el misterio manifestado en él. Por eso las imágenes se sobreponen unas a otras, sin que lleguen nunca a abarcar por completo el misterio del Resucitado. Cada nuevo descubrimiento ilumina un aspecto de la verdad, pero ninguno la revela completamente. Así van dando a Jesús nombres y títulos ricos de doctrina y de significado: Mesías, Cristo, Señor, Salvador, Imagen de Dios invisible, Primogénito de la nueva creación, Cordero de Dios, Hijo de Dios, Palabra hecha hombre. Son títulos que expresan la substancia del misterio revelado en Jesús, sin que lleguen a abarcarla del todo.

Ven cómo Adán no es sino una "figura del que había de venir" (Rm 5,14): Cristo es "el nuevo Adán". Jesús es el que realiza el nuevo éxodo, el paso de la muerte a la vida. En él se cumple la Alianza definitiva entre Dios y los hombres. El es "el nuevo Moisés" (Heb 3). Aquellas comunidades van descubriendo que Jesús es el centro de la historia de la salvación. Desde el principio todo habla de él, se orienta hacia él; todo espera ser recapitulado por él y en él.

Pocos decenios después de la muerte de Jesús aquellas comunidades sintieron la necesidad de poner por escrito la vida y la doctrina de Jesús, a la luz de su creciente fe pascual. Y así fue naciendo el Nuevo Testamento, bajo la inspiración del Espíritu de Jesús. Cada autor bíblico se sintió llamado a hablar de Jesús teniendo en cuenta la mentalidad y el lenguaje de los diferentes pueblos a los que se dirigían. Y cada uno interpretó a Jesús según la fe de las comunidades en que vivían. Por eso, según la diversidad de ambientes, expresan el misterio de Cristo con una cierta diferencia. Lo veremos más detalladamente en los apartados siguientes.

Los evangelistas no escribieron una historia científica de Jesús, tal como entendemos hoy la historia. Ellos estaban más preocupados por ayudar a crecer la fe de sus comunidades, que por conseguir precisión de hechos históricos. Escribían desde su condición de creyentes en el Crucificado-Resucitado, y para creyentes en él. Por eso no hay que extrañarse cuando le hacen decir a Jesús afirmaciones que realmente él durante su vida mortal quizás no llegó nunca a decir. Pero desde su fe, inspirados por el Espíritu Santo, así interpretan ellos, con toda verdad, el significado de la vida y las palabras del Jesús histórico. Esa es la realidad del Cristo pascual, viviente, actuando en ellos.

Tenemos que afirmar, pues, que en el Nuevo Testamento hay diferentes interpretaciones de Jesús. Y cuanto antes aprendamos a respetar estas diversas cristologías de los autores neotestamentarios, tanto mejor los comprenderemos. Hay que aprender a respetar las diferencias existentes entre el Jesucristo de Pablo, el Señor y Salvador de Lucas y la Palabra-hecha-carne de Juan. No es igual el Jesús de Mateo, que el que presenta la carta a los Hebreos o el Apocalipsis. Son como diferentes retratos de Jesús esbozados por las primeras comunidades cristianas, que conservamos como patrimonio para alimentar nuestra fe. Estas cristologías inspiradas son la norma definitiva para hacer germinar la fe en Jesucristo a través de todos los tiempos. Nosotros hemos de proseguir, según la problemática de fe de nuestro tiempo, la misma línea de los primeros cristianos. Ellos abrieron el camino. Y tras ellos, apoyados siempre en ellos, seguimos todos los que creemos que Jesús es el Hijo de Dios, nuestro Salvador y Redentor.

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